sábado, 16 de junio de 2012

Algo sobre Einstein, Kafka, Billie Holiday y credos


Cuentan que Einstein prefería compositores más clásicos como Scarlatti, Mozart y Bach a un romántico como Beethoven. Este último le parecía demasiado dramático e individualista. Es que en el caso del físico, la percepción de la música estaba más vinculada a la busca de la armonía, del equilibrio, lejos de la subjetividad. Es bien posible que esa inclinación le impidiera ver a Einstein, con buenos ojos, el mundo nuevo que jóvenes físicos venían escrutando; que creaban, en esos tiempos, los conceptos de la física cuántica, en donde el observador entraba en la titular en los modelos matemáticos, llenos de ecuaciones probabilísticas —las mismas que son usadas para estudiar los juegos de cartas y el comportamiento de las máquinas en los casinos. Esto último no era compatible con sus concepciones, tal vez con su sistema de creencias.
        Hablando sobre credos, no es raro ver científicos y artistas adoptando el ateísmo como una visión del mundo. Sin embargo, en el artista hay siempre una gran dosis de subjetividad en su proceso. Un científico no ve a Dios en la objetividad, mientras que un artista no lo divisa dentro de sí, a pesar, tal vez, de buscarlo angustiosamente. Frecuentemente los dos abandonan los credos. Pero siempre dejan algunos cabos sueltos por ahí, pues recordemos el caso de Freud, que hacía esfuerzos descomunales para mantener el psicoanálisis en el marco de la ciencia y se declaraba ateo, pero de alguna manera seguía creyendo en el diablo. Para todos los casos, y al final de cuentas, dicen que no creer en algo es ya algún tipo de creencia.
        Por lo que nos muestran las inclinaciones artísticas de Einstein, es bien probable que tampoco le gustara una lectura de Kafka o una audición de Billie Holiday. En estos dos últimos vemos trazos profundos de una subjetividad conturbada, que se rompe por los conflictos, por las contradicciones, por el azar, por la riqueza de las posibilidades de un posible final; como lo podemos percibir en la novela El Castillo (de Kafka) o en alguna interpretación de Billie Holiday.
        En el caso de Billie Holiday podemos apreciar una voz que nos revela su historia sin necesidad de ser sus biógrafos, si escuchamos con atención Autum in New York. Con trazos de voz infantil y al mismo tiempo ronca y quebradiza,  manejaba con maestría la interpretación para expresar sus emociones y sentimientos. Sentimos en ella el abandono de su padre durante su infancia, los conflictos con su madre, la caída en la prostitución y su encuentro con las drogas. Podemos abordar también la discriminación sufrida por ser poco blanca y poco negra; o sea, fue discriminada tanto por los credos blancos como por los credos negros.
        En su voz también se puede apreciar algo del azar de los juegos de casino, lo que a su vez se puede observar en su historia musical: se cuenta que se convirtió en cantante por casualidad, buscando desesperadamente alguna actividad artística para ganar algo de dinero. Durante estas aventuras y cuando estaban a punto de echarla de un bar, un pianista de buen carácter le pidió que cantara algo y comenzó así su historia como la más famosa intérprete del jazz.
        Podemos advertir en la interpretación de Autum in New York un leve lloro que viene antes que su voz, como la emoción de base. Esto puede hacernos recordar la radiación de fondo descubierta por los científicos al comienzo de los años sesenta, del siglo pasado, que levantó la sospecha de que el universo habría nacido en algún instante longincuo —el famoso big-bang—, que dejó como resultado algo como el gemido de un niño recién brotado, que debía seguir solitario su propia historia. Hecho comprensible si permanecemos lejos de cualquier credo —proveniente tanto de curas de cualquier tipo, como de científicos de cualquier área; o sea en un espacio donde solo prime la poesía.

Colocamos aquí Autum in New York, de Vernon Duke, interpretada por Billie Holiday: https://www.youtube.com/watch?v=xuzltUeITpw