lunes, 1 de noviembre de 2010

Algo sobre la vida de un pianista


Vladimir Horowitz (1903-1989) fue un pianista ucraniano de origen judía, nacionalizado americano (en 1944). Considerado uno de los grandes pianistas de la historia, siempre equilibrado en sus interpretaciones —por esto lo admiraba tanto mi amigo César Giraldo. Bueno tanto en los fortísimos como en los pianísimos y veloz como un felino para cambiar súbitamente de uno para el otro. Su estilo pianístico es considerado bastante particular por la intensidad y técnica sonora: los expertos lo denominan de Horowitziano. En 1986 retorna a la Unión Soviética para hacer algunos recitales por invitación del entonces líder Mikhail Gorbachev, en donde son grabados varios de sus conciertos (hay un DVD esperando por nosotros…)
        Fue casado con una hija del director de orquesta Toscanini y tuvieron una hija, a pesar de los chismes sobre su homosexualidad, tema tabú en aquellos tiempos. Es impresionante su expresión facial concentrada durante las interpretaciones, que combina bien con su timidez en el palco y en su vida personal. Dicen que sufría de depresión y estuvo sometido a tratamientos intensos para aliviarla (incluyendo los temidos choques eléctricos). A pesar de ser considerado un genio en el piano él mismo no se lo creía y en varias ocasiones dejó de tocar durante largos períodos por sentirse inseguro. Esto muestra que ser bueno, o ser considerado bueno, en alguna cosa, no es suficiente para hacer feliz a un noble ser humano.
        Hablando sobre la vida y drama de Horowitz me viene a la memoria el famoso pianista del Libro negro de Gog, de Giovanni Papini, que se negó sistemáticamente a tocar durante una reunión, a pesar de las demandas del público. Finalmente accedió, y permaneció así interpretando músicas de diferentes compositores durante varios días, pues no podía parar de tocar, hasta caer solitario y exhausto sobre el piano. A pesar de sus interpretaciones geniales el público terminó por abandonarlo: parece que vivir el arte hasta sus últimas consecuencias es cosa para pocos.
        En el en video que coloco a seguir el ya viejo y sabio Horowitz interpreta —durante su retorno a Rusia— una sonata de Scarlatti (K 87, en Si menor), en donde puede ser apreciada esa suavidad en el movimiento de sus manos, que se posan sobre las teclas evocando la ternura de un niño que toca tímidamente sus primeras notas, acariciando algo, buscando un lugar para sí mismo —en el laberinto de la vida.