martes, 21 de febrero de 2012

Himnos patrios y efectos colaterales


Un aspecto importante en la formación de las naciones es la construcción del ideal de unidad nacional, que siempre es reforzado por los símbolos nacionales, entre los cuales las canciones patrias se destacan. La importancia de estas últimas radica en que un mensaje, que mantiene una métrica, una rima y una melodía de fondo, es más fácil de ser memorizado por un grupo de personas. En este sentido, algunos estudiosos ven allí el origen de la literatura, en una época antigua, en que poesía, prosa y música formaban una unidad –una especie de santísima trinidad–, que fue importante para registrar la memoria de los pueblos, como vemos en clásicos griegos (por ejemplo, la Ilíada y la Odisea); sólo para citar el caso de la cultura occidental. 
En la creación de los temas, muchas canciones patrias tienen letras escritas por poetas, a las que se les componen melodías; otras tienen origen en melodías a las que se les adaptan letras; pero que no necesariamente han sido escritas por poetas. En este sentido podríamos intentar diferenciar lo que significa ser un poeta y ser un letrista, y sin embargo este trabajo puede resultar difícil, ya que existen poetas que también han sido letristas. Parece ser que existe un muro sutil que separa los dos tipos de oficios. Por ejemplo, el crítico Angel Rama decía que varios músicos-letristas brasileros podían ser encuadrados como verdaderos poetas; por ejemplo, citemos los casos de Chico Buarque de Holanda, Caetano Veloso, Milton Nascimento, Gilberto Gil, por la calidad literaria de las letras que escribieron. En sentido contrario, Vinicius de Moraes defendía la labor pura del poeta, aquel artista que debe concebir, de manera sufrida, un texto con forma, melodía intrínseca y ritmo, sin un auxilio musical externo: “Mi amigo Chico Buarque es un excelente letrista, pero no es un poeta”, cierta vez dijo.
No es por acaso que la gran mayoría de los padres de la patria hayan echado mano de la eficacia de los himnos para consolidar la formación de las nacionalidades. Muchos fueron hechos por encomienda; siendo que, en algunos casos, se montaron concursos para seleccionar la música, la letra o ambas. En algunos casos las letras han sufrido modificaciones con el tiempo, como el caso chileno, pero en la mayoría de los casos las mismas han sido consolidadas hace varias décadas. En otros casos la decisión fue del libre albedrío de una única persona, y punto final –cítese como ejemplo Don Rafael Nuñez, en el caso colombiano.
Algunos cantos nos muestran letras simples, casi pastoriles, como es el caso del Reino Unido (God Save the King/Queen); o con mucho menos referencias bélicas que la gran mayoría, como en el caso de los Estados Unidos. Otros son verdaderos cantos bélicos, como el mexicano y el francés. Hablando de este último, hay una verdadera incitación a la venganza, enmascarada en el más bello formato musical que un canto nacional jamás haya tenido. No es por acaso el propio Napoleón Bonaparte lo consideró como una verdadera arma bélica –“esta música nos ahorrará muchos cañones”.
En América Latina (de habla española), la mayoría de los cantos patrios hablan de los traumas de las batallas de la independencia, haciendo referencia a una España opresora y cruel. En muchos casos las letras, mostrando la crueldad ibérica, ya no son cantadas –por decreto nacional– pues algunos años después de las peripecias independentistas España pasó a ser un país amigo y también colega de situación –o sea, un bello integrante del tercer mundo. 
Hablando un poco más del caso ibérico, es intrigante descubrir que su himno no tiene letra. De cualquier manera debe ser difícil describir –o insinuar– la historia de este país, que muestre su paso por una clara fase imperial, adoptando la santa inquisición como fundamento moral; que describa la decisión insólita de mantenerse al margen de la revolución industrial, y que haya finalmente terminado en ruinas. Podemos imaginarnos aquí su grandeza imperial naufragando junto con su armada invencible. Felizmente nos restó la formidable estatura de sus escritores, pintores, arquitectos y demás artistas plásticos.
Divagando un poco más sobre las letras de los cantos nacionales, podemos imaginarnos el efecto que tienen dentro de la mente colectiva de un país. El hecho de que millones de niños y jóvenes canten un mensaje nacional –durante años– debe dejar algún efecto, o alguna secuela. Sino, preguntemos a los profesionales del marketing sobre el poder de los mensajes repetitivos, para forjar la mentalidad y los deseos de sus víctimas. Y si estas últimas son niños y jóvenes, los cuales no tienen –y ni podrían tener– una estructura crítica para defenderse, podemos prever fácilmente el resultado.
Mirando los cantos patrióticos, desde este punto de vista, podríamos establecer una crítica específica, como herramienta de análisis, que tuviera en cuenta aspectos de los efectos de los mensajes (por ejemplo, usando algunas herramientas de la teoría comunicación), aspectos de la psicología y la análisis histórica de algunos hechos importantes.
Para iniciar un esbozo sobre el tema vamos observar el caso del himno nacional colombiano, haciendo primero algunas observaciones históricas y literarias. Del punto de vista histórico, la letra del himno fue compuesta por Rafael Nuñez posiblemente en 1850, siendo dedicada originariamente a Cartagena. Cuenta la historia que José Domingo Torres, un bohemio con algunas inclinaciones artísticas, intentó convencer a varios músicos para componer la melodía, habiendo hecho su último intento con un aventurero y músico italiano, llegado a Bogotá, llamado Oreste Síndice. El joven artista se negó en varias ocasiones a componer la obra, hasta que fue convencido por su esposa a crear los compases musicales. Es interesante constatar que una historia una similar ocurrió, de esta vez, con la letra del himno mexicano, en la que el poeta Francisco González Bocanegra fue obligado por su cónyuge a escribir la letra, como condición previa para recobrar su libertad, después de haber sido encerrado bajo llave, por la bella dama, en un cuarto de su propia casa. Esto nos muestra que hacer música y letra de himnos no es una labor muy valorizada por músicos y poetas. 
Del punto de vista de calidad literaria, nuestro himno ha recibido severas críticas durante varias décadas. No es por acaso que su autor nunca haya sido citado en antologías serias de poesía nacional, y ni siquiera sea mencionado en libros textos de literatura para estudiantes de bachillerato en Colombia. Algunos han salido en su defensa, argumentado que si bien Don Rafael no era un poeta de verdad, la letra del himno sería su obra maestra. Esto no parece cierto pues existen algunos poemas suyos con corte parnacianista con una mejor calidad literaria. 
En el aspecto de la métrica, el canto patriótico fue escrito en versos alejandrinos españoles, al estilo del mester de clerecía, o sea de catorce sílabas, pudiendo ser divididas en dos hemistiquios de siete sílabas; esto último puede ser observado en los versos del coro. Es interesante ver que los franceses –creadores de la métrica alejandrina–, portugueses y países de herencia lusitana usan un tipo de metrificación de doce sílabas métricas para componer versos alejandrinos, llamando a los versos de catorce sílabas de alejandrinos arcaicos. 
Un problema que surge naturalmente, al se intentar musicalizar poemas, es la coincidencia necesaria entre los acentos tónicos en los versos y los acentos musicales, estos últimos definidos por los músicos en los compases. En este caso particular, los letristas se escapan del problema, pues generalmente escriben la letra después de que la melodía está pronta, o la escriben simultáneamente con la composición musical. Por lo que sabemos esto fue una dificultad encontrada por Oreste Síndice para musicalizar el texto (tal vez por esto ser recusó varias veces a aceptar la encomienda), exigiendo de José Domingo Torres la garantía de poder resolver problemas métricos directamente con Don Rafael. 
Bueno, sin más devaneos vamos ejercitar un poco la crítica sugerida, veamos algunas estrofas, no necesariamente en el orden protocolario del himno.
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¡Oh gloria inmarcesible! /¡Oh júbilo inmortal! /¡En surcos de dolores/el bien germina ya!
Vemos en el inicio del coro una evocación común en la mayoría los himnos patrióticos, finalizada por dos extraños versos que nos hacen recordar algún tipo de parto doloroso y traumático (en surcos de dolores/el bien germina ya); lo que nos evoca el nacimiento incesante de una nación, que no se consolida. Para esto basta recordar las innúmeras guerras civiles del siglo 19 que nos condujeron a pésimos índices de desarrollo económico y social, y que eran ya evidenciados a comienzos del siglo 20; incluyendo también un constante conflicto armado que hasta ahora nos asola. Es importante ver que estos versos han sido cantados por niños y jóvenes de diferentes generaciones, con un resultado previsto: un parto nacional traumático, con forceps, que se repite históricamente, como un karma, como una condena, y que es regrabado constantemente (a cada ejecución del himno) en el inconsciente colectivo del país.
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¡Cesó la horrible noche! La libertad sublime/derrama las auroras de su invencible luz/La humanidad entera, que entre cadenas gime/comprende las palabras del que murió en la cruz.
Esta estrofa comienza con la evocación del final de algún tipo de pesadilla (“la horrible noche”) y el comienzo de un amanecer libertario. El problema es que según lo psicólogos el tratamiento indicado para librarse de toda pesadilla es compartirla y elaborarla, para después olvidarla por completo. Generaciones canturreando una experiencia traumática estarían condenadas a permanecer cada vez más lejos de la cura –parece tener una simbología similar a la descrita en los pergaminos de Melquiades y desdoblada en la novela Cien Años de Soledad, de García Márquez.
Los dos últimos versos hablan de una humanidad sufrida, torturada, lo que nos recuerda las tristes sagas esclavistas de épocas antiguas, por ejemplo en Roma, y más recientemente el genocidio sufrido por indígenas americanos y esclavos africanos. El autor nos dice que una humanidad, en estas circunstancias, estaría en perfectas condiciones de entender –y hasta adoptar– un mensaje humanitario y fraterno, propuesto dos milenios atrás; lo cual es en lo mínimo dudoso. Por otro lado, el verso final nos recuerda la historia de un profeta torturado, muerto y sepultado. Si por lo menos nos hubiera dicho, explícitamente, que el hombre resucitó triunfante, evocando así los antiguos mitos egipcios y griegos del vencedor de la muerte – tal como contaban los hermanos maristas a sus alumnos en la escuela. O sea es una historia incompleta y mal contada, como la de todos los pueblos latinoamericanos. 
La inclusión de un tema claramente religioso en la principal estrofa no fue por acaso, ya que su autor fue también el redactor de una constitución política (la del año 1886), que en su primer parágrafo afirmaba que Colombia era –y así debía ser– “un país católico”. Adicionalmente, detrás del aspecto democrático de esa carta magna se escondía un perfil autoritario, el mismo que nos impidió elegir alcaldes y gobernadores por más de cien años –y esto debe ser parte de la maldición de Melquiades. Para empeorar las cosas, un año después de la redacción de la carta, el gobierno colombiano estableció la modalidad medieval del concordato para sus relaciones diplomáticas con el Vaticano. Y después nos dicen que las únicas repúblicas religiosas fundamentalistas (pos-iluminismo) fueron las islámicas.
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La Virgen sus cabellos arranca en agonía/y de su amor viuda los cuelga del ciprés/Lamenta su esperanza que cubre losa fría/pero glorioso orgullo circunda su alba tez.
Algunos especialistas nos dicen que esta estrofa está relacionada con extraños mitos heroicos de mujeres en la antigua Grecia. Sin embargo lo que está descrito se parece más a lo que García Márquez llamaría de “tierra de mujeres histéricas y hombres alucinados”. Por otro lado, decir que la descripción hecha en el texto es un prenuncio del realismo mágico sería una afrenta para los miembros de este movimiento. En nuestra opinión el caso (del que trata esta estrofa) es bien más clínico, en el que cualquier psiquiatra decente recetaría 20 miligramos de Valium y una camisa de fuerza –todo por el bien de la paciente y la integridad física de sus allegados.
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Del hombre los derechos Nariño predicando/el alma de la lucha profético enseñó/Ricaurte en San Mateo en átomos volando/"Deber antes que vida", con llamas escribió
Esta estrofa hace referencia a Antonio Nariño, un hombre integro y letrado, pero con una suerte pésima, tanto en la guerra como en sus relaciones personales; no es por acaso que se echó a los pastusos de enemigos. Por otro lado tenemos la polémica historia de Ricaurte cometiendo suicidio heroico, la cual ha tenido serios críticos como el historiador Alfredo Iriarte, que lo incluye en su lista de historias patrias mal contadas. Según sus investigaciones el tema proviene de un hecho inventado por el Libertador, para darle ánimo a una tropa que pasaba por malos momentos.
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Mas no es completa gloria vencer en la batalla/que al brazo que combate lo anima la verdad/La independencia sola al gran clamor no acalla/si el sol alumbra a todos, justicia es libertad.
Estos versos son los más saludables de nuestro himno, pues evocan las limitaciones de toda victoria bélica, en donde, en el mejor de los casos, deberá ocurrir un verdadero milagro: el que el vencedor sea magnánimo, prudente y sabio con todos (incluyendo los derrotados); garantizando así el difícil balance entre justicia y libertad. Desde el punto de vista de la crítica insinuada aquí esta estrofa es la que debería ser siempre cantada.
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Por ahora no hablaremos más sobre la letra de nuestro himno patrio; pero un punto importante sería discutir sobre la necesidad de adaptar las letras de los himnos a las nuevas circunstancias historias de las naciones. Como ejemplo citado, el antiguo enemigo no existe como tal, las fronteras culturales y económicas están siendo modificadas por la revolución de las tecnologías modernas. En vez de canturriar contra un enemigo inexistente podríamos cantar a nuestros valores culturales, geográficos, a nuestras bellezas naturales –como lo hacen los cantos brasilero y chileno. En lugar de hablar sobre la muerte podríamos inmortalizar el sentido de la vida, con sus fases de expansión y retracción, a la defensa de la naturaleza y a nuestra natural integridad con ella. Imaginémonos millones de niños cantando de esa manera y los efectos que tendríamos a mediano plazo. 
Dicen que algunos grupos insurgentes han creado nuevas versiones para nuestro himno. Caso similar vimos con versiones de la marsellesa, escritas por republicanos y anarquistas durante la guerra civil española. Pero el problema es que no podemos confiar en la calidad de textos escritos por poetas y letristas pistoleros y, además de todo, fundamentalistas.
Bellas músicas con letras escritas por verdaderos poetas y buenos letristas; esto es un sueño que podríamos realizar –ya deberíamos haberlo hecho. Imaginemos una letra patriótica compuesta por Helcías Martán Góngora, Aurelio Arturo, José Barros, Rafael Escalona, José A. Morales. Sin duda que tendríamos ya un resultado superior a la actual versión. Hasta cualquier poeta piedracelista nos hubiera librado de algunos efectos colaterales de un cantar consuetudinario, que convoca al pesimismo, al sufrimiento; fuera de hablarnos algunas mentiras, descritas con poca calidad literaria. Amanecerá y veremos.