domingo, 30 de septiembre de 2012

Dos valses en jazz

Cierta vez le pregunté a mi amigo y musicólogo César Giraldo sobre las características del vals, ese ritmo que todos hemos escuchado alguna vez en la vida. Me miró fijamente, pensó durante algunos segundos y, colocando su mano derecha sobre su mentón, respondió: «su fuerza radica en la sencillez del ritmo, que tiene relación con los ciclos de la respiración; cada compás es justo el tiempo necesario para una inspiración, lo que le da la fluidez necesaria para llamar al movimiento circular, ese eterno retorno, en el que todos podemos bailar, inclusive solos». Y haciendo un movimiento lento se levantó de su asiento y comenzó a tararear un viejo vals de Schubert. Como estábamos un poco en la penumbra, porque que ya estaba cayendo la noche y César no había pagado la cuenta de luz de su pequeño apartamento en el centro de Sao Paulo, en los últimos 3 meses, sólo conseguí ver su enorme barriga blanca girar de manera armoniosa, en donde se reflejaba la luz de las lámparas de la iluminación pública que se filtraba por la ventana. Se percibían también sus brazos extendidos, los que usaba de manera mágica para guardar el equilibrio de su enorme cuerpo, que seguía girando, dado vueltas en la pequeña sala, rodeada de estantes que acumulaban libros y discos colectados durante años, provenientes de almacenes de  objetos usados. Percibí cómo aún tenía  habilidad para sincronizar sus pasos, al son de la música, para eludir folletos y revistas que estaban aleatoriamente colocados sobre el piso. Al final, llevó sus manos contra el pecho, manteniendo el giro, haciendo un movimiento, que parecía expresar el recuerdo de un amor perdido, y súbitamente se detuvo: «mira Carlos donde están mis manos ahora, ese ritmo hace que el hombre automáticamente acerque su pareja contra el pecho».
        Hablando más sobre este tema musical, la palabra vals se deriva del verbo alemán walzen que quiere decir «dar vueltas bailando». Se cree que el vals proviene de la danza volta que significa «vuelta» (tal vez la palabra venga originariamente del latín volvere). Algunos remontan su origen en el siglo XII, en pleno vigor de la cultura Occitana, al sur de Francia, norte de Italia y de la Cataluña, área que quedó más famosa por la región de Provenza; en donde se produjo el primer renacimiento cultural de occidente, con los trovadores y juglares, volviendo a componer y a cantar para el amor profano, el amor que evoca los elementos de la naturaleza, los instintos, el cantar de los pájaros y las bellas damas. Había un ingrediente de libertad en ese ámbito, lo que nos recuerda los elementos históricos y culturales del siglo de oro de la antigua Grecia, en donde existía una teología que no había sido escrita por profetas, rabinos, curas, ni por brahmanes —sino por poetas; y la libertad de expresión llevó a la necesidad de la argumentación, de la demostración; bien lejos de fanatismos y de posibles herejías. Así, los dogmas tomaron la forma de axiomas y postulados que sirvieron como semillas para las argumentaciones, siguiendo reglas lógicas bien establecidas y previamente discutidas por una comunidad. Y las posibles encíclicas episcopales cedieron terreno para las demostraciones matemáticas. Aún en un ambiente así cualquier ser humano podía correr el riesgo de ser condenado por un tribunal civil, no por hereje sino por  corromper, o distorsionar algo, como le ocurrió a Sócrates. Sobre este tema Estanislao Zuleta nos dejó un bello ensayo, en donde revela que en ese ambiente se incubaron los virus de la ciencia y de la tragedia.
        El movimiento occitano fue exportado por diversas razones para España, Portugal, Inglaterra y Alemania, llevando a un movimiento creciente, que llegó a poner en jaque el poder papal, sobre todo porque existía una herejía religiosa por detrás del hecho: los cátaros, que tenían su propia versión de Dios y del cristianismo, y que habían ganado importancia y protección en la región. En algún tiempo el movimiento fue exterminado, en un verdadero genocidio, con la bendición vaticana, llevando a la creación del terror de la inquisición, y la diáspora despavorida de músicos, poetas, trovadores y juglares por toda Europa.
        Estos relatos históricos  nos insinúan  por qué el vals europeo se bailaba girando, pero manteniendo la pareja distante. Cuando le insinué a César que este hecho hacía referencia al amor cortés y a la elegancia europea, me respondió con su habitual manera burlesca: «no mijo, eso era por el miedo a la inquisición». Musicalmente este ritmo toma diferentes formas, como nos explican los músicos; pero el acento característico puede ser descubierto en todas ellas. Si se cambia el acento en el compás musical podemos caer en una polonesa, o en una mazurca, por ejemplo.
        El vals llega a América a través de los conquistadores, tomando diferentes formas derivadas, a partir de los ritmos indígenas y afroamericanos: en Norte América, Perú, Venezuela, Ecuador, México, Brasil, Argentina y Colombia. En este último país sirve como contenido seminal de un ritmo conocido como pasillo, en donde el hombre lleva a su pareja contra el pecho. Sólo un ingrediente indio o negro podría eludir a la santa inquisición, como bien me lo dijo alguna vez César Giraldo.
        En Europa el vals tiene su auge durante siglo XIX en donde tenemos revelaciones de compositores geniales en el ámbito de la música erudita, como Johannes Brahms, Franz Schubert, Johann Strauss I, Frederick Chopin y Richard Strauss. Y esto nos deja claro que hay muchos valses que no fueron compuestos explícitamente para ser bailados. El ruso Piotr Ilich Chaikovski también compuso piezas famosas como el vals de El cascanueces, el vals de La bella durmiente o el vals de El lago de los cisnes; en este caso  para ser bailados en los palcos, sólo por especialistas. Pero los valses más populares están ligados a la época del imperio Austrohúngaro, en que muchos fueron compuestos por el austriaco Johann Strauss II (hijo de Johann Strauss I), que se dedicó a componer música ligera para ser bailada en los salones, además de operetas, polkas y cuadrilles. En verdad, Johann Strauss tuvo dos hermanos también compositores, Josef e Eduard Strauss, lo que crea más confusión sobre la autoría de ciertos valses.
        Tenemos también versiones de valses en el jazz, con composiciones iniciales que se remontan al comienzo del siglo XX, con intervenciones de Harvey’s Jazz Band y Memphis Jug Band, tal vez influenciados por inmigraciones europeas, que siempre ocurrieron en los Estados Unidos durante el siglo XIX. También hay contribuciones posteriores, como las de Thelonios Monk y Sonny Rollings, con diferentes temas, llenos de improvisaciones y de alteraciones rítmicas y melódicas. 

        Pero en mis recuerdos llevo dos como mis preferidos: Waltz For Debby (de Bill Evans) y Kathy's Waltz (de Dave Brubeck).

A seguir coloco dos links para:

a) Waltz For Debby (1961): https://www.youtube.com/watch?v=dH3GSrCmzC8

b) Kathy's Waltz (1959): https://www.youtube.com/watch?v=Z1Nfijy6Yxs