sábado, 1 de octubre de 2016

Un Proceso de Paz: entre tangos y boleros


Si quieres sentir la felicidad de amar, olvida tu alma.
Es el alma la que estropea el amor.
Sólo en Dios ella puede encontrar satisfacción.
No en otra alma.
Sólo en Dios – o fuera del mundo. 
Las almas son incomunicables. 
Deja tu cuerpo entenderse con otro cuerpo. 
Porque los cuerpos se entienden, pero las almas no. 

(Arte de Amar – de Manuel Bandeira)

Este abismo entre cuerpo y alma (colocado en el poema del brasilero Manuel Bandeira) podría ser confrontado con otros tipos de dicotomías, por ejemplo cielo-infierno, sentimiento-emoción, ciencia-arte, sexo-amor, lírica-épica, guerra-paz. Pero no sólo el que escribe poemas puede ubicar estos elementos en el texto, pues los letristas y compositores lo suelen hacer, especialmente en las canciones populares: por ejemplo en el bolero y en el tango.
        Y hablando de canciones populares, el colombiano Jorge Eliécer Ordóñez cita el bolero y el tango como parte de las esencias culturales de América Latina. En el caso del bolero, éste tiene su origen en Cuba con parte de sus raíces oriundas de España, de la tradición gitana, con una textura invadida por la tradición caribeña, en parte impregnada por la litúrgica afrocubana. Se acepta que el primer bolero fue «Tristezas» escrito por el cubano José Sánchez en Santiago de Cuba en 1886. Los primeros boleros eran interpretados por cantadores o trovadores santiagueños que acompañados de guitarras, entonaban sus canciones en las serenatas, en aquellos años, y también en las reuniones que regularmente se hacían en las casas de cantautores, a las que se les llamó peñas.
        El bolero emigra para México al comienzo del siglo XX a través de la península de Yucatán, y se irradia para otros países de América central y del sur, y llega prácticamente a todos los rincones del continente. Podríamos decir que cada país latinoamericano tuvo un compositor o un intérprete conocido en el ambiente del bolero. Dicen que su época de oro ocurre en un periodo en que América Latina sufre un gran aislamiento económico y cultural después de la segunda gran guerra, y tiene como su rival una expresión musical sureña: el tango.
        Por su parte, el tango atravesó todas las barreras sociales en Buenos Aires y se difundió hacia el norte con dos frentes de expresión. La primera es la musical, con el bandoneón que impregna el oído con un sonido melancólico y un ritmo sincopado dilucidando frases fuertes y afirmativas. La segunda es el cimbrado de la danza, en donde los cuerpos adquieren en el movimiento formas geométricas, que son capaces de expresar las encrucijadas de cualquier tragedia griega. No hay en la danza popular movimientos más sensuales, ininteligibles y mágicos que aquellos provocados en el tango.
        En su contenido literario el bolero tiene una inclinación a lo lírico mientras que el tango tiene elementos más épicos, con letras con más contenido social que narran la pobreza, el ambiente del barrio, del arrabal, los amigos, la familia. Así, la decadencia del tango, que para varios especialistas tiene por causa la muerte de Gardel, está cimentada por el inicio de las dictaduras en América Latina, que disparan un claro periodo de represión ideológica, lo que curiosamente coincide con el inicio de la época de oro del bolero.
        El tango hace su marcha del sur para el norte, el bolero lo hace alrededor de la isla, irradiando su influencia también hacia el sur. De esta manera, verificamos un encuentro en los linderos del Caribe, específicamente en Colombia, en una geografía llena de contrastes, donde se cultiva el tango con casi la misma intensidad que en Buenos Aires (tal vez más en Medellín), en donde Gardel muere, donde Gaitán muere, en donde lo épico se encuentra con lo lírico (sin resolverse), en donde una tragedia política y social define su domicilio. Sobre esto, mi amigo César Giraldo decía que un buen proyecto para un dramaturgo sería describir las trayectorias paralelas de Carlos Gardel y Jorge Eliecer Gaitán, en donde todo terminaría con los dos personajes danzando un tango de Francisco Canaro.
        En la creación de los boleros podemos percibir que tanto Cuba como México aparecen como sus mecas creativas, que generan dos estilos específicos, con matices musicales y contenidos literarios. En el caso de los temas preferidos por los autores verificamos los amoríos, la mujer, el desengaño, la añoranza, la nostalgia. Pero en el caso de los boleros mejicanos sentimos una intensidad mayor hacia el drama, el litigio expreso, el desprecio, la ofensa, la injuria, el agravio –mientras que en los boleros cubanos podemos percibir un mayor equilibrio textual y una mayor simplicidad expresiva. Mi amigo César Giraldo notaba la fragmentación de la figura femenina como tema central en varias letras, sobre todo en los boleros mexicanos: «tu pelo, tus labios, tu sonrisa, tu pecho, tus ojos», o como diría cualquier psicoanalista, una apelo expreso a una sexualidad fragmentada. «Falta de épica, mi amigo», decía César cuando comentaba las letras de dichas canciones.
        Para César Giraldo, el proceso litigioso colombiano tendría una explicación literaria, como una narrativa trabada, en donde las tensiones sociales imposibilitaron el confronto pacífico de las ideologías, lo que generó un discurso narrativo donde el lirismo y la épica no se resolvieron, donde un abismo no tuvo puentes. Es que para mi amigo existía una continuidad clara entre ficción y realidad, en que las diferencias entre historia y literatura serían tan irreales y fugaces como las figuras de un calidoscopio. Esta tensión entre épica y lírica sólo vendría a resolverse con la revelación de Cien Años de Soledad, pues este texto estaría más allá de una novela y podría ser visto como un libro de historia.
        Y esto lo podemos verificar, muchos años después, en el discurso de Timochenko durante la firma del tratado de paz entre las FARC y el gobierno, en que cita las mariposas amarillas que perseguían a Mauricio Babilonia, mientras un avión de guerra de fabricación israelí pairaba asustadoramente sobre su cabeza. Y no es por acaso que una mariposa se parece tanto a un avión, pues inclusive el urbanista brasilero Lucio Costa decía que el plano piloto de la ciudad de Brasilia (que él mismo diseñó) no era inspirado en un avión (como normalmente se afirmaba), sino en una mariposa. O sea, nuestro propio litigio es una narrativa que sólo se resuelve superando el abismo del fanatismo, en el equilibrio entre lo épico y lo lírico, en el ejercicio consciente de la libertad; que nos permita escribir, en la práctica, nuevas y más creativas ficciones. En donde las mariposas sean mariposas y los aviones sean apenas aviones.
        Pero claro, existen factores externos para poner en jaque cualquier proceso de paz, sobre todo uno: es que la guerra es un gran negocio. Y todo esto permite que mientras líderes de potencias internacionales envían sus mensajes de apoyo a nuestro proceso de paz, oscuros representantes de los fabricantes de armas (que también son sus súbditos) hacen lo contrario, con el fin de vender sus artefactos mortíferos para cada parte del conflicto.
        Y tal vez la dicotomía entre cuerpo y alma puede ser superada mediante una comprensión más amplia del amor, así como una visión más profunda sea necesaria para confrontar eso que entendemos por paz. Y como bien me lo recuerda mi amigo Humberto Orduz, el viejo Gandi se las traía cuando decía que la paz era el camino. Pero si la paz es el camino, tendremos que tener muchas ganas de transitarlo. Y para recorrer la paz tal vez ese elemento vehemente de los boleros y de los tangos nos ayude a asumir ese reto, pues tal vez debamos apasionarnos por ella, sin fragmentarla, sin poseerla: caminarla lírica y épicamente.
        Y como comenzamos con un poema, nada mejor que terminar con una canción, con un bolero. Y tengo en cuenta mi preferencia por los boleros cubanos, y cito especialmente tres: «Inolvidablemente» (creado por Julio Gutiérrez en 1944), «Tú me acostumbraste» (creado por Frank Domínguez en 1957) y «Cómo fue» (creado por Ernesto Duarte Brito en 1953). A pesar de que este último recurra a la fragmentación (y la fragmentación es un elemento claro de la idiosincrasia colombiana), podemos observar un contenido poético conciliador, proveniente de la simplicidad, de la aceptación de no saber nada con respecto a lo que es el amor y, sobre todo, sobre su origen. A este respecto citaría aquí también a Chico Buarque de Holanda, al final de la letra de «Oh qué será»: «lo que no tiene vergüenza y nunca tendrá/lo que no tiene gobierno y nunca tendrá/lo que no tiene juicio».
        Y tal vez algún día podamos escribir letras musicales en donde expliquemos cómo fuimos tan tercos de mantener fanáticamente una guerra fratricida durante 50 años. Nos sobró ideología y nos faltó sabiduría, o nos sobró religión y nos faltó espiritualidad.
        Coloco un link para el bolero «Cómo fue», cantado con maestría por Benny Moré (explícanos Benny, como llegamos hasta aquí). Y dejo el tema del gran cantor Bola de Nieve para otro artículo. Click aquí: Cómo fue