domingo, 2 de abril de 2017

Luis A. Calvo: las huellas de la música colombiana


Escuché algunas músicas de Luis A. Calvo antes de venir al Brasil, tal vez fue mi último LP comprado en Cali, con interpretaciones de la pianista Teresita Gómez. En la época me llamó la atención mi poco conocimiento sobre compositores colombianos y busqué enseguida alguna explicación. La experiencia me mostró que nuestro país tenía poca tradición musical, debido, principalmente, a las pocas escuelas musicales con capacidad de formar músicos de alto nivel, así como por el aislamiento cultural producido por décadas de guerras civiles. 
        Luis A. Calvo  nació en el departamento de Santander, en la época en que el olimpo radical estaba a punto de naufragar, en un país que no conseguía salir de las estructuras dejadas por el régimen colonial (dígase clerical) en parte por su propia incompetencia para  crear estructuras republicanas, basadas en la educación laica, en la industrialización y, sobre todo, en la independencia de la iglesia católica. Fue educado en los rigores ideológicos de la regeneración: esa coalición de conservadores, iglesia católica y liberales independientes, liderados por Rafael Nuñez
        Tuvo la oportunidad de estudiar algo de música  en la Academia Nacional de Música, fundada durante gobiernos radicales, y que después vendría a ser el Conservatorio Nacional (en 1910), lo que dio nueva vitalidad a la formación de músicos; en este caso sobre la dirección del compositor Guillermo Uribe Holguín, que había adquirido su formación en Francia. El conservatorio vendría posteriormente a ser parte de la Universidad Nacional, creada también durante gobiernos radicales. 
        Calvo fue un compositor de formas sencillas y pequeñas, esencialmente vinculadas al ámbito de la música popular, un poco anacrónicas ya para su época, tal vez por deficiencias en su formación, amplificadas por el aislamiento cultural del pais; lo que debe haber impedido su vuelo para áreas más altas de la música erudita, tal como lo describe Sergio D. Ospina Romero en su ensayo biográfico sobre el compositor. 
      Su juventud fue perturbada por la guerra de los mil días, que dejó la sombra de un país arruinado, con un fondo marcado por una estructura educativa vinculada a ideologías medievales. En algún momento decide trasladarse de la ciudad de Tunja, donde pasó su niñez y adolescencia, para Bogotá, para buscar nuevas perspectivas para su formación musical. Allí tiene un pequeño respiro económico, en donde hace sus primeras composiciones musicales y gana algún reconocimiento.
        Fue tocado por la tragedia de una enfermedad excluyente (la lepra), generalmente vinculada a ambientes insalubres, tal como era la Bogotá del comienzo del siglo XX, justamente cuando estaba profundizando sus conocimientos académicos en armonía y contrapunto. Su música es nostálgica y su vida lo explica. Murió recluido en Agua de Dios (en 1945), una clínica donde las víctimas del bacilo de Hansen eran desterradas. Aún en estas circunstancias adversas, tuvo su madre y de su hermana que lo acompañaron en su destierro, sin llegar a contaminarse. Y así, en este ambiente de soledad, tuvo toques de solidaridad y  tinos de creatividad. Buena parte de su obra fue compuesta en el leprocomio. 
        En los años 90 Teresita Gómez realizó algunos conciertos en São Paulo, invitada por el consulado colombiano. Yo le había prestado a  mi amigo y musicólogo César Giraldo una grabación de músicas de Luis A. Calvo, de aquel LP que había adquirido en Colombia, sin saber de la amistad de César con la pianista colombiana. César la recibió en São Paulo y contrató un taxi para trasladarla a su casa, en una tradicional región central de la ciudad. Para darle una sorpresa, César le pidió al taxista colocar el casete con las músicas de Luis A. Calvo, dejando a Teresita atónita, que dio un grito al escuchar las primeras notas: “¡esa soy yo!”
        César llamaba la atención para ese tipo de hechos del destino. En este caso, una pianista que nunca conocí personalmente, recibe como regalo una audición, de una obra de Calvo, en un taxi en el centro de São Paulo, interpretada por ella misma con una década de antecedencia, y grabada en un casete en Cali, en la casa de mi amiga música Dalia Pazos. Y todo esto en una época sin web, en donde las coincidencias se sentían más mágicas y sorprendentes. 
    Coloco aquí dos interpretaciones de Teresita Gómez de la obra de Calvo: Lejano Azul (el Intermezzo 2) y Malvaloca. Son obras tempranas en la creación del autor, cortas y sin complejidad en su textura musical, con estrutura a una voz, asistidas por armonías con ritmos bien definidos, en donde se puede apreciar esa colombianeidad musical. Algunos entusiastas (tal vez exagerados) han visto en Calvo una especie de Chopin criollo, a pesar de estar lejos de manejar los recursos musicales de compositor polaco. Sin embargo, con respecto a su obra se ve un claro y raro talento melódico, que nos recuerda algo del perfil de Schubert, como lo formuló alguna vez el musicólogo chileno Mario Gómez-Vignes.

Lejano Azul y Malvaloca: hacer click aquí